La Huida al Silencio
Samuel había perdido todo. Su esposa había fallecido, después de un largo y doloroso proceso, devastado, decidió abandonar la ciudad y refugiarse en una cabaña en el bosque, buscando soledad y paz. La cabaña, antigua y deteriorada, había pertenecido a su familia desde hacía generaciones, y aunque llevaba años deshabitada, le parecía el lugar perfecto para desconectar de todo y procesar su duelo.
La primera noche, mientras se acostumbraba a los sonidos del bosque y al silencio opresivo de su nueva vida, sintió un ligero frío que parecía emanar de la misma casa. “Es solo el ambiente”, se dijo a sí mismo. Pero cuando se dirigió a la chimenea para encender un fuego, creyó ver una sombra deslizarse detrás de él. Volteó rápidamente, pero no había nada, solo el eco de su respiración en la soledad del lugar.
Los Susurros del Bosque
Al pasar los días, Samuel empezó a escuchar ruidos provenientes del bosque durante la noche: ramas que crujían, hojas que parecían arrastrarse por el suelo, y susurros extraños que parecían decir su nombre. Aunque trataba de ignorarlos, los sonidos parecían acercarse cada vez más. Una noche, mientras intentaba dormir, escuchó una voz femenina en susurros. “Samuel…” Era la voz de su esposa.
Aturdido y sin saber si era un sueño, se levantó y salió a la fría oscuridad del bosque. “¿Eres tú?”, preguntó al aire. Los susurros cesaron, dejando solo el sonido del viento. Al regresar a la cabaña, se sentía más solo que nunca, pero también comenzaba a experimentar una duda inquietante: ¿realmente estaba solo en ese bosque?
La Aparición en la Cabaña
Una noche, mientras miraba viejas fotografías de su esposa para sentirla más cerca, el viento comenzó a soplar con fuerza, golpeando las ventanas. En un instante, todas las luces de la cabaña parpadearon y, por un segundo, la figura de una mujer apareció en el reflejo de la ventana. Tenía el rostro pálido, los ojos hundidos, y una expresión de tristeza tan profunda que le dolió verla.
“¿Ana?” murmuró, al ver en aquella figura un parecido escalofriante con su esposa. La figura se desvaneció de inmediato, pero dejó una atmósfera helada en el ambiente y un miedo indescriptible en el corazón de Samuel.
Aterrorizado, comenzó a pensar que quedarse en la cabaña había sido un error, pero al recordar el dolor de su pérdida, decidió quedarse y enfrentar lo que fuera que estuviera ocurriendo. Tal vez, en el fondo, ansiaba ver una vez más a su esposa, aunque fuera en forma de espectro.
Los Recuerdos Tortuosos
Los días pasaban y Samuel notaba que su mente empezaba a traicionarlo. Comenzó a recordar momentos específicos de su vida junto a Ana, momentos felices… pero cada vez que lo hacía, el recuerdo parecía transformarse en algo oscuro. Las risas se convertían en ecos inquietantes, y las imágenes felices, en visiones distorsionadas.
Una noche, mientras dormía, soñó que Ana le susurraba al oído desde la cama. “Ven conmigo, Samuel.” Cuando despertó, su lado de la cama estaba helado, como si alguien hubiera estado allí. Decidió caminar hasta el lago cercano para despejarse, pero al llegar, vio algo que lo hizo temblar: la silueta de una mujer, en la orilla, mirándolo fijamente.
La Prisión del Bosque
Desesperado por las visiones y el aislamiento, Samuel decidió que era hora de irse. Empacó sus cosas y se dispuso a dejar la cabaña, pero en cuanto llegó a la orilla del bosque, los árboles parecían formar una barrera impenetrable. Caminaba y caminaba, pero el paisaje era el mismo, como si estuviera atrapado en un ciclo sin salida. Volvió a la cabaña, pensando que se había desorientado, pero en el fondo sabía que algo más estaba sucediendo, algo que no podía entender.
Esa noche, los susurros se hicieron más fuertes, y escuchó la voz de Ana llamándolo desde el bosque. “Samuel, ven… No te dejaré ir.” Parecía un eco distante, pero tan vívido que sentía que ella estaba cerca.
El Espejo Roto
De vuelta en la cabaña, Samuel se encontró con un espejo antiguo que había pertenecido a sus padres. Su reflejo era inquietante; su rostro parecía más viejo y demacrado. En un impulso, lo rompió, esperando que el acto de romper algo tangible deshiciera el embrujo que sentía alrededor de él.
Pero al romper el espejo, comenzó a oír pasos en la cabaña. Las paredes crujían y una extraña niebla se filtraba desde el suelo. La figura de Ana apareció en el reflejo roto, sus ojos llenos de tristeza y un rastro de enojo en su expresión. “¿Por qué me dejaste, Samuel?” Su voz resonaba como un eco en sus pensamientos, torturándolo.
La Trampa Eterna
Después de días de intentar escapar, Samuel aceptó lo inevitable: no había forma de salir del bosque, no mientras algo —o alguien— lo retuviera allí. Las visiones de Ana comenzaron a ser constantes. Cada vez que trataba de dormir, la veía al pie de su cama, observándolo. La última noche, ella se acercó más que nunca, tocándole el rostro con una mano fría y opresiva.
“Te quedarás conmigo… para siempre,” susurró. El terror de Samuel se transformó en resignación. Sintió que algo se apoderaba de él, un peso que le quitaba la energía, como si la vida misma se le escapara.
Esa noche, los susurros cesaron, y Samuel se hundió en un sueño profundo y sin sueños, uno del cual nunca despertaría. Desde entonces, la cabaña permanece en silencio, esperando a su próxima víctima, atrapada en un rincón oscuro del bosque donde los espíritus de aquellos que se han perdido aún deambulan, buscando, esperando compañía en la eternidad.
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