La Caída al Olvido
Daniel siempre había sido un hombre práctico y meticuloso, alguien que valoraba el orden y el control. Trabajaba en una oficina pequeña, sin ventanas, donde los días parecían eternos y monótonos. Una noche, al quedarse hasta tarde para terminar un proyecto, decidió dirigirse al baño al final del pasillo. Mientras caminaba por los largos y fríos corredores del edificio, sintió algo extraño: el silencio era absoluto, como si el lugar hubiera sido absorbido por un vacío insondable.
De repente, el suelo pareció desvanecerse bajo sus pies. Sintió un vértigo brutal y, cuando abrió los ojos, estaba en un espacio diferente. El lugar era una enorme sala, iluminada por luces fluorescentes que parpadeaban levemente y emitían un zumbido monótono. Las paredes estaban cubiertas por un papel tapiz amarillento y manchado, y el suelo era de una alfombra gastada, que olía a humedad y moho.
Confundido, intentó regresar por donde vino, pero los pasillos se bifurcaban y doblaban de maneras que no tenían sentido. No había ninguna puerta, ninguna ventana, ninguna salida. Solo un laberinto interminable de habitaciones idénticas, todas impregnadas de esa luz fría y enfermiza.
La Presencia en la Distancia
Horas más tarde —o al menos eso creía, ya que el tiempo parecía no existir en ese lugar—, comenzó a escuchar ruidos. Al principio pensó que era el eco de sus propios pasos, pero pronto se dio cuenta de que no estaba solo. Al otro lado de uno de los muros, oyó un crujido, como si algo pesado arrastrara sus pies sobre la alfombra. Se quedó inmóvil, esperando que pasara. Pero el ruido comenzó a acercarse, lento pero constante, resonando en el silencio.
Intentando no hacer ruido, se escabulló hacia otro pasillo, sintiendo cómo el miedo le secaba la garganta. Algo lo estaba siguiendo, algo que no podía ver, pero que podía sentir acechándolo en cada esquina. “No estoy solo aquí,” pensó, con una mezcla de terror y resignación.
La Búsqueda de Otros
En su desesperada exploración, Daniel comenzó a ver marcas en las paredes: flechas dibujadas con marcador negro, palabras incompletas que parecían advertencias, y números que parecían indicar direcciones. La esperanza de encontrar a alguien más empezó a crecer en su interior. Siguió las marcas, que lo llevaron por pasillos cada vez más estrechos y angostos, hasta que finalmente llegó a una sala diferente.
Ahí, encontró a otra persona, una mujer que parecía tan desorientada como él. Su nombre era Laura, y llevaba, según ella, semanas atrapada en ese lugar. Había aprendido a distinguir las diferentes zonas: algunas habitaciones tenían el zumbido de las luces más fuerte que otras, y en algunas se sentía un frío insoportable. Ambos decidieron mantenerse juntos, ya que al menos así tenían una pequeña esperanza de no enloquecer en completa soledad.
El Miedo Creciente
Conforme avanzaban, comenzaron a notar que los espacios cambiaban: un pasillo que habían recorrido antes se transformaba al volver. Las paredes se desplazaban, y la estructura parecía cambiar a voluntad. Era como si el lugar estuviera vivo y disfrutara confundiéndolos, llevándolos más y más lejos de cualquier salida.
Una noche (si es que realmente había noches), mientras intentaban dormir en una de las salas menos iluminadas, escucharon un sonido fuerte y cercano, como si algo pesado cayera al suelo. Daniel se levantó de golpe, y Laura, aterrorizada, le susurró que el ruido provenía de algo que había visto antes: una sombra deforme, algo que parecía un humano, pero cuyas extremidades eran más largas y se movían de forma antinatural.
Ambos contuvieron la respiración, esperando que lo que fuera que los acechaba se alejara. Sabían que no podrían huir siempre.
Los Ecos del Pasado
Un día, en una de las habitaciones, encontraron un cuaderno viejo y desgastado. Al abrirlo, vieron notas escritas en una letra temblorosa. La persona que escribió esas páginas relataba su historia: cómo llegó a ese lugar, cómo intentó encontrar una salida y cómo, después de meses vagando sin éxito, comenzó a perder la noción de quién era. Las últimas páginas estaban llenas de garabatos, como si su cordura se hubiera desgastado hasta desaparecer.
Laura y Daniel se miraron, comprendiendo que sus destinos podrían ser similares. Pero también notaron una última anotación, escrita con palabras desordenadas: “La salida no está aquí, pero está cerca… busca la sala roja.”
La Sala Roja
Guiados por esa pista, se propusieron buscar la sala roja. Pasaron días recorriendo el laberinto, sin éxito. A medida que avanzaban, Daniel comenzó a notar algo extraño: de vez en cuando, al cruzar alguna puerta, veía fugazmente destellos de otros lugares, como si pudiera mirar a otra realidad a través de un velo. En un momento, creyó ver la entrada de su oficina, pero tan rápido como apareció, desapareció, dejando solo la luz amarillenta de los pasillos interminables.
Finalmente, un día, encontraron una puerta diferente a las demás. Al abrirla, se encontraron en una sala completamente roja, iluminada por una tenue luz carmesí. La atmósfera era opresiva, y el aire estaba denso, casi irrespirable. Pero antes de que pudieran decidir qué hacer, la puerta se cerró detrás de ellos.
La Verdad Detrás de los Backrooms
Dentro de la sala roja, comenzaron a escuchar voces. No susurros, sino una voz fuerte y clara que les hablaba, pero en un idioma desconocido. De repente, imágenes comenzaron a proyectarse en las paredes: personas atrapadas en el mismo lugar, repitiendo los mismos patrones de desesperación, tratando de escapar, pero sin éxito. Comprendieron que los Backrooms eran una especie de trampa, un espacio entre dimensiones que se alimentaba de sus emociones y recuerdos, atrapando a quienes se aventuraban demasiado cerca del olvido o la desesperación.
Laura comenzó a sollozar, mientras Daniel intentaba buscar una salida de aquella sala sofocante. Sin embargo, las paredes comenzaron a moverse, cerrándose lentamente a su alrededor.
El Último Intento
Con la certeza de que estaban siendo consumidos por el lugar, Daniel y Laura decidieron correr una última vez. Se abrieron paso entre las paredes que parecían encogerse, tratando de regresar al pasillo inicial. Sin embargo, las luces comenzaron a fallar, y el zumbido se volvió ensordecedor. Detrás de ellos, los pasos de aquella criatura, deforme y sin rostro, se escuchaban acercándose cada vez más.
Finalmente, en un último acto de desesperación, Daniel vio otra puerta, diferente, antigua y desgastada. La abrió con todas sus fuerzas y se lanzó al otro lado, arrastrando a Laura con él.
El Regreso a Ningún Lugar
Cuando cruzaron la puerta, se encontraron de nuevo en la misma sala amarillenta de los Backrooms, como si hubieran dado una vuelta en círculo. Exhaustos y con los rostros marcados por el terror, se dieron cuenta de que no había salida. Estaban atrapados para siempre, en un ciclo interminable de pasillos y habitaciones.
La criatura se acercó una última vez, y ambos, agotados y vencidos, se entregaron a la oscuridad, sabiendo que, en los Backrooms, no hay escapatoria.
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