HISTORIAS

El Árbol Que Susurraba: La Noche en que el Bosque Nos Llamó

Me llamo Lucas y hoy les quiero contar algo que me pasó una noche que nunca olvidaré. Fue un fin de semana de verano, yo estaba en casa de mi mejor amigo, Raúl. Teníamos planeado hacer una pijamada, ver películas y jugar videojuegos hasta tarde. La casa de Raúl era grande, pero lo que la hacía especial era su jardín. Era un lugar misterioso, lleno de árboles altos y plantas que parecían ocultar secretos.

Esa noche, después de varias horas de videojuegos y risas, decidimos salir al jardín. La luna estaba llena y la luz iluminaba todo con un brillo plateado. Mientras explorábamos, Raúl mencionó que su abuelo le había contado historias sobre un viejo árbol en el fondo del jardín. Decía que el árbol era tan viejo que había visto cosas que nadie más había visto. Su abuelo incluso decía que, si te acercabas lo suficiente, podías escuchar susurros.

La curiosidad nos ganó, así que decidimos acercarnos. Al principio, solo era un juego, pero cuando nos acercamos al árbol, algo en el aire cambió. Había un silencio extraño, como si el mundo alrededor de nosotros se hubiera detenido. Nos miramos, y a pesar de que estábamos juntos, sentí un escalofrío recorrerme.

Nos sentamos en el suelo, junto a las raíces del árbol. Raúl comenzó a contar historias sobre él, sobre cómo había crecido en ese lugar y cómo los niños solían jugar alrededor de él. Pero, de repente, algo rompió la tranquilidad. Escuchamos un sonido, algo como un susurro. Era suave, casi imperceptible, pero estaba ahí.

“¿Escuchaste eso?”, le pregunté a Raúl, sintiendo que mi corazón empezaba a latir más rápido. “Sí,” respondió, mirando hacia el árbol. El susurro parecía venir de ahí. Nos acercamos un poco más, intentando entender lo que decían esas voces. Las palabras eran confusas, pero había algo inquietante en su tono.

En un impulso, decidí que debía averiguar qué era. “Voy a tocar el árbol,” dije. Raúl me miró preocupado, pero no podía detenerme. Cuando apoyé la mano en la corteza, sentí un calor extraño, como si el árbol estuviera vivo. Fue entonces cuando escuché una voz más clara que decía: “Ayúdanos…”

Me aparté de un salto, asustado. “¡Raúl! ¿Lo escuchaste?” él asintió, pálido. La atmósfera se volvió pesada, y de repente, el aire se llenó de un olor a tierra húmeda y hojas secas. Las sombras de los árboles parecían alargarse, y una brisa fría nos hizo temblar.

Despertando de mi miedo, sugerí que volviéramos a casa, pero Raúl no quería irse. “¿Y si el árbol necesita ayuda?” dijo, cada vez más decidido. A regañadientes, lo seguí, pero algo dentro de mí sabía que estábamos en problemas.

Mientras Raúl comenzó a hablarle al árbol, yo me quedé un poco más atrás, sintiendo que algo nos estaba observando. De repente, escuchamos un crujido fuerte detrás de nosotros. Nos dimos la vuelta y, para nuestro horror, vimos un par de ojos brillantes entre la oscuridad de los arbustos. Era un animal, pensé, pero cuando se acercó, vimos que era un ciervo, pero no como los que habíamos visto antes. Tenía una mirada profunda y sabia, como si hubiera estado viviendo en el bosque por años.

El ciervo se acercó lentamente y luego se detuvo. Su mirada nos seguía, y Raúl, que seguía hablando con el árbol, se dio cuenta de que el animal no se movía. El ciervo parecía estar escuchando, como si entendiera las palabras de Raúl. Después de unos momentos, el ciervo se giró y comenzó a caminar, mirando hacia el bosque, y fue entonces cuando Raúl, sin pensarlo, decidió seguirlo.

Yo intenté detenerlo, “¡Es un animal salvaje! No lo sigas!” Pero él estaba demasiado intrigado. Así que, con el corazón en la garganta, corrí tras de él. Caminamos tras el ciervo, que se movía con una gracia increíble, llevándonos más y más adentro del bosque.

Después de un rato, llegamos a un claro donde el ciervo se detuvo y se dio la vuelta. Miró a Raúl con intensidad. Raúl le habló de nuevo, pero esta vez la voz del ciervo sonó más fuerte en nuestros oídos. “Lo que buscan, está en la raíz.” Las palabras resonaron en el aire como un eco.

Confundido, miré a Raúl. “¿Qué significa eso?” pregunté. Pero antes de que pudiera responder, el ciervo se giró y desapareció entre los árboles. Un silencio inquietante llenó el claro, y de repente, nos sentimos perdidos. No sabíamos cómo volver. La noche había caído, y estábamos atrapados en medio del bosque, lejos de la seguridad de la casa de Raúl.

Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que la única manera de salir era volver al árbol. Así que comenzamos a caminar de regreso, pero el camino no era el mismo. Las sombras parecían moverse a nuestro alrededor, y el susurro que antes era sutil, ahora se había vuelto un grito. Sentimos que algo quería atraparnos, que las sombras se alargaban hacia nosotros, como manos frías y vacías.

Finalmente, encontramos el árbol. Estaba más oscuro, más inquietante que antes. Raúl, temblando, se acercó y tocó la corteza. “Debemos ayudarles,” insistió. Yo, sintiéndome perdido, decidí ayudarlo. Nos pusimos de pie juntos y comenzamos a hablar con el árbol, diciendo que queríamos ayudar a los que estaban atrapados.

De repente, las campanas sonaron. No era un sonido lejano; era como si vinieran de nuestro interior. El suelo tembló y un haz de luz surgió del árbol, iluminando todo a nuestro alrededor.

El susurro se transformó en un grito de alegría, y las sombras comenzaron a retroceder. Raúl y yo sentimos una fuerza que nos empujaba hacia atrás. Y en un instante, estábamos de vuelta en el jardín, junto a la casa.

Respirando entrecortadamente, nos miramos y sonreímos. Habíamos estado al borde de algo oscuro y aterrador, pero lo habíamos superado. Desde aquella noche, aprendí que a veces los lugares más oscuros pueden ser iluminados por la luz de nuestra valentía. Y aunque nunca volvimos a hablar del árbol o del ciervo, siempre recordaremos lo que pasó esa noche en el jardín, y cómo nos unió aún más como amigos.

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